lunes, 28 de junio de 2010

Coltrane y las certezas


Coltrane y las certezas

Por Enrique Turpin

¿Tendrá razón Renzo Piano, ese arquitecto que más bien parece un artesano solitario, cuando dice que el arte mejora a la gente porque permite entrar en un mundo de pocas certezas? ¿Será verdad que el cuestionamiento y la ausencia consiguiente de convicciones sólidas comportan una ruptura con el sistema de adiestramiento occidental?


Hoy Occidente ya no es una coordenada geográfica sino una forma de estar en el mundo. Que se acepten o se rompan sus reglas va a significar la diferencia entre dos modelos vitales, a saber: aquellas personas que busquen la oportunidad de ser ellas mismas, y aquellas que acaten el modelo propuesto y acaben siendo aquello que la sociedad espera de ellas. Como es de suponer, el mundo del jazz no es ajeno a esta dicotomía existencial, por más que la inmersión del entusiasta en las distintas expresiones del género altere de un modo considerable la estructura de su mente y, por ende, su estructura de pensamiento y su modo de interpretar el mundo. Algo parecido le sucede al estudiante de matemáticas, al alumno de sintaxis, al seguidor ajedrecista -entre otros tantos ejemplos-, mientras actúan sin percibir apenas que la frecuentación de estas materias de ocio y negocio condiciona la forma de abordar los problemas que surgen durante el paso por el mundo.

El arte en general, y el jazz en particular, entra dentro de estas consideraciones. En un Cuaderno de notas de publicación reciente (Páginas de espuma, 2010), Anton Chéjov dejaba escrito que “sólo las sociedades que atienden a sus artistas y ven en ellos a gente fuera de lo común, tienen por delante un alto destino”. El asunto tal vez tenga algo que ver con la certeza que tenía el escritor ruso al reconocer que sólo el trabajo que piensa en el porvenir tiene verdadero valor. A eso mismo habrá que aspirar, en el convencimiento de que la única forma de cambio de paradigma estriba en el cultivo del espíritu artístico desde todos sus flancos. Pero para llegar al punto en el que se empieza a cuestionar lo que se espera de nosotros cabe recorrer un trayecto que siempre conduce a un punto de no retorno. Traspasar ese punto es el dilema, aunque socorre en la elección reconocer que uno se vuelve más ligero y sustancial, más quien se es en realidad. La realización ocurre entonces cuando las referencias dispuestas hasta el momento ante uno, o las asimiladas dentro de uno, se desvanecen y ceden ante un mundo en el que reinan pocas pero valiosas certezas, como pretende el aserto de Piano.

Esa fue sin duda la búsqueda a la que John Coltrane dedicó tanta energía, a pesar de que la sociedad en la que se movió siempre le soportó a regañadientes, no le atendió como debió hacerlo ni vio en él un espejo en el que verse reflejada. Ben Ratliff ha entregado un estudio del antes, el durante y el después del ascenso del creador de A Love Supreme al firmamento de los escogidos, bajo el título Historia de un sonido (Global Rhythm Press, 2010). “¿Por qué John Coltrane continúa siendo objeto de piadosa veneración cuarenta años después de su muerte? ¿Qué hay en sus grupos, sus composiciones o sus piezas improvisadas para que tantos músicos y tantos oyentes sigan colgados de esas notas? ¿Cuál fue su papel en la historia del jazz y, más allá, en la de Estados Unidos?

¿Es posible que surja hoy otro Coltrane (es decir, otro mesías) o la pregunta carece de sentido?”. Son algunas de las preguntas que acompañan al texto promocional. La lectura del ensayo de Ratliff seguramente ayudará a responderlas, aunque no importa exagerar si es para decir que el jazz vivido desde la honestidad es la única religión que le ha dado al hombre la oportunidad de ser él mismo. Improvisación y swing, libertad y ritmo, las dos caras de una misma moneda. No hay acuerdo en reconocer que Coltrane fuera un mesías, pero de lo que no cabe duda es que fue un hombre honesto, honesto hasta el final en sus aspiraciones personales. Una certeza solitaria, pero tan sólida que resulta suficiente para mejorar a quien la siente.
© Cuadernos de Jazz, 2010

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